By. Marcelo Jijón Paredes editor&cronista
Es un hombre gentil y afable, no solo vende los deliciosos helados de paila, charla y socializa, cumple con los requisitos para la gestión ambulante, su ropa es blanca e impecable como le sugieren para seguir en esto que es la construcción de un sueño convertido en realidad.
Y es que, en su lejano Arenillas en Machala, cuando trabajaba en el campo entre la cosecha de piñas y banano, miraba la llegada de los heladeros que alegraban a los más pequeños, que refrescaban esas gargantas que soportaban altas temperaturas, se movilizaba libre alegrando a todos y él – solo él – lo miraba de forma particular con detenimiento…. “yo algún día quiero ser heladero” la decisión estaba tomada.
Trabajó en otros oficios, pero no era feliz como lo es ahora, hace más de 20 años pudo empezar a cumplir el sueño, aprendiendo como se elabora el helado que alegra a las personas y en especial a los niños. Tuvo varios maestros, uno era de Loja, otro de Guaranda y hay un tercero de Morona Santiago… todos aportaron para que “pula” la técnica de trabajar sobre una paila de bronce.
“Es que esto no es solo de poner la paila, la sal en grano y hacerla girar, tiene varios secretos, es algo que se debe aprender bien” cuenta Jorge que asegura que el clima define los sabores que se puede ofrecer.
Estos días de calor la gente decide entre mora y taxo que es más refrescante y no el chocolate que no siempre tiene el mismo efecto, por ello su dispensador dividido en tres espacios independientes, hoy solo tiene dos colores y no tres.
Compra fruta fresca en el Mercado Mayorista, tiene sus proveedores y sobre todo sabe cómo aprovechar la mora para que tenga un dulzor especial que es el que gusta al cliente que en estos días de calor sabe que esa esquina donde está Jorge es la de la pausa merecida.
Los conos que complementan su servicio los adquiere por cientos desde hace algunos años donde un distribuidor, que como él está años en este tipo de servicios, los precios están entres 30 y 50 centavos y tiene clientes de toda la vida, muchas veces los niños lo piden y terminan sirviéndose también los padres.
Suele estar a los pies de la Iglesia de la Concepción en la calle Colón y Orozco, es el “veci” conocido de los helados por la gente del sector, donde están el comercio y la actividad pública y privada, su mandil blanco es sinónimo de su pulcritud al momento de servir el helado con una destreza que dan los años, y de verdad disfrutar servirlo y hacer feliz a alguien.
Compro su triciclo en la Plaza de las Gallinas tiene varios años y cada tanto le da mantenimiento, su montura verde destaca con el hilo de plástico de antaño que, además está para que sujete sus manos el eje de conducción, adaptó un parasol para protegerse del calor o la lluvia, sus jornadas empiezan sobre las diez de la mañana y terminan ventajosamente con el dispensador vacío.
Al final de la charla solo sientes que estuviste con un hombre absolutamente realizado, que terminó por estas tierras riobambeñas, por el pase de un yerno que es militar, quiere a la ciudad como suya, pero cada vez que puede vuelve a su tierra donde entre aromas a piñas y el mejor banano del mundo, vuelve en su memoria a ser niño y sabe que su sueño se cumplió, es el Heladero que siempre quiso ser y sin saberlo alegra a más de uno el día y lo refresca ¡qué más se puede pedir con estos soles infernales!.