Por: Diego Moncayo Amores
Como ha sucedido de manera común en los más recientes procesos electorales, vemos un desfile variopinto y a momentos preocupante de postulantes a las dignidades de elección popular. Los que participan en la vida pública, y en estos procesos, deben estar motivados por los más elevados valores, antes que por la circunstancial posibilidad de ganar una elección.
Sin embargo, y antes de iniciar la campaña, vemos que en lugar de propuestas, ya se evidencia un juego insulso, truculento y dañino para los ciudadanos, que no nos da buen augurio de aquellos sobre quienes pesa la grave responsabilidad y la trascendental tarea de legislar(y fiscalizar, según manda la norma y es muletilla de quienes aún están en funciones y de muchos candidatos), o de gobernar( frente a un panorama de incertidumbre, social, política y económica), según los propios ciudadanos.
Los partidos y movimientos políticos, se evidencian inútiles para incorporar a sus filas a los ciudadanos más capaces (y no porque no los haya) y recurren a última hora a la popularidad de personajes de otras actividades, que buscan solo para ampararse en su imagen y conseguir votos, de entre ellos sin duda habrá honrosas excepciones (que si las hay en este proceso electoral), pero ¿quién garantiza la seriedad, eficiencia y preparación de estos improvisados postulantes?
La presencia de personajes de la televisión, de las galas de belleza, de la farándula o el deporte (algunos de triste actuación), sin duda talentosos y apreciados en sus ámbitos, pone en evidencia que no importa el destino de la provincia, o del país, lo que interesa es ganar. Ni qué decir de los que se buscan a fuerza de cara dura seguir en las posiciones de poder.
Todas es tas circunstancias nos ponen ahora, igual que antes, ante una ruleta, a la que debemos apostar a veces cerrando los ojos, para ojalá no equivocarnos nuevamente en atinarle y apostar a ganar, aunque sea con un número feo.
