Historias en la Pandemia: Hijo de la migración

Actualidad

El ruido cotidiano de los motores y pitos de los vehículos vuelven a sonar cada vez más fuerte. Con esa dinámica volvieron a aparecer los migrantes venezolanos, quienes buscan sustento para sus hijos en varias esquinas de la urbe.

Unos limpian parabrisas, venden limones, helados, mascarillas, guantes, entre otras cosas y otros, simplemente estiran su mano pidiendo caridad.

Junto a las rieles del ferrocarril por la avenida 11 de Noviembre, con una mascarilla avejentanda por el uso, que le cubría gran parte del rostro, se encontraba un pequeño niño de unos seis años. En sus manos tenía una pelota, más allá un descolorido peluche. Sus padres no estaban con él, cuando le preguntamos, dijo que andan por ahí, señalando con su dedo. La inocencia de aquella criatura causaba ternura, pese a estar con sus juguetes, sus pequeños ojos reflejaban angustia y tristeza a la vez.

Muchos detenían un poco la marcha de su vehículo para mirar al pequeño. Otros, hacían como que no existiera. Era casi la una de la tarde, hacía algo de frío. El niño aún no había comido, sus padres estaban a dos cuadras sobre la Canónigo Ramos, en busca de algo para sobrevivir un día más. «Nadie sabe de lo de nadie», dicen por ahí, pero de lo poco que tenía pude convidarle, aunque no debería contar eso, también se dice, «que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha».

La familia del pequeño quiere retornar a su país Venezuela, de donde salieron huyendo. «Ni en mis peores pesadillas me imaginaba atravesar esta realidad del COVID», contó, el padre del pequeño Jhosue, quien no quería ser identificado, «nos van a ver en las redes y no queremos», afirmó, tres personas más incluido el niño viajaban con él.

«Nos decían que nos quedemos en casa, no teníamos ni para comer, peor donde quedarnos, la gente nos discrimina, bueno no todos, otros nos brindan comida, pan, frutas, a esos vecinos que Dios los bendiga», relató, la madre del pequeño, quien dijo además que duermen donde pueden, buscan casas en construcción y ahí descansan.

Cada día para ellos es un via crucis, el miedo a contagiarse es inminente. Dicen que seguirán su rumbo muy pronto, luego de descansar y recaudar algo de recursos y sobre todo alimento.

Cuántas historias podríamos contar de estas personas. Algunos, dicen que aquí también hay gente pobre y que se muere de hambre. Pero al menos están en su tierra, en su país. No pretendemos con esto ser subjetivos, pero si mirar una realidad que cada vez se agudiza.

Nos preguntamos ¿qué pasará con ese niño? ¿Cuál será su futuro? Mientras abrazaba fuertemente su peluche y caminaba arrastrando sus pies para que no se le salieran sus chanclas de goma color azul.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.